Miguel Lawner. Arquitecto
Diario El Siglo
Santiago. 09/05/2020.
Me produjo escalofríos ver a los boinas negras patrullando las calles de Santiago. Terciando amenazantes sus fusiles ametralladora M16 para fiscalizar a modestos e inofensivos transeúntes violando el toque de queda, algunos en desconocimiento de la medida, otros conscientes de su acción.
Pero, ¿cómo no va a ser posible ganar a la ciudadanía por vías no represivas? ¿Porque no hacer uso de campañas persuasivas, amables, inteligentes, con argumentos, apoyándose en Alcaldes, organizaciones sociales, juntas de vecinos, académicos, estudiantes universitarios sin clase, profesores, trabajadores de la salud, Colegio Médico y cuántos más?
¿Cuantas decenas de miles de chilenos, sin armas, haciendo uso de la buena voluntad, no estaríamos dispuestos a colaborar en una auténtica causa de vida o muerte?
Dos días atrás, el Ministro de Defensa Alberto Espina presentó a los boinas negras en una ceremonia especial señalando textualmente: “Son los integrantes de la Brigada de Operaciones Especiales Lautaro, llamadas boinas negras, que son la fuerza de élite del Ejército, de manera que estamos tirando toda la carne a la parrilla”.
Esta decisión, se enmarca en la política de Piñera de enfrentar la lucha contra el Corona Vid, mediante fórmulas represivas. Ya había expresado como le gusta reiterarlo, que estamos enfrentando a un enemigo cruel y poderoso. Recurrió a los boinas negras, unidades de combate antagónicas a cualquier operación pacífica.
Los boinas negras están instruidos para no pensar. Efectivamente son una fuerza élite en materia del combate contra la legítima insurgencia popular. Están adiestrados en técnicas de tortura y asesinatos selectivos de prisioneros y combatientes.
En la llamada Escuela de las Américas ubicada en Panamá, se preparan especialmente para la guerra no convencional y lucha contra fuerzas irregulares: lucha contrainsurgencia, lucha así llamada antiterrorista.
En resumen, se trata de la élite adiestrada para reprimir a sus propios pueblos.
Si…no pude contener la ira al verlos patrullando nuestras calles. Nosotros, confinados en Isla Dawson, fuimos víctimas del tratamiento que nos aplicó un cuerpo especial de la Infantería de Marina, instruidos para someternos a un tratamiento de castigo. Entre ellos un siniestro boina negra, apodado Gengis Khan por sus propios compañeros.
A continuación, les reproduzco un trozo de mi libro Retorno a Dawson, publicado el año 2004 por la Editorial LOM:
“Transcurre el mes de marzo y se precipita el cambio de clima. Llueve con más frecuencia, y a ratos copiosamente. Han descendido las temperaturas, acentuadas por vientos helados que generan una sensación térmica aún más baja. Nos preocupa la proximidad del invierno por las consecuencias peligrosas en nuestros organismos, ya bastante debilitados.
El 20 de marzo cambia nuevamente la guardia, y asume la dirección del Campo una compañía de Infantes de Marina encabezada por el teniente primero Eduardo Carrasco, y los subtenientes Jaime Weidenlaufer y Mario Tapia.
Nos convocan a formación para dejar muy en claro que, en adelante, cambiará radicalmente el régimen al cual estamos sometidos. Carrasco las emprende a gritos contra nosotros, afirmando que viene a poner orden en un establecimiento indisciplinado, donde reina la insubordinación, el caos y la holgazanería.
Todo cambiará: la diana será más temprano, iniciándose a las 6,30 con media hora diaria de gimnasia. La luz en las barracas se apagará más temprano. Nadie puede circular por los patios sin autorización, a riesgo de recibir un castigo. Nadie puede moverse ni hablar en la fila, a menos que reciba una orden expresa. Cuando algún militar nos dirige la palabra es una obligación mantenerse respetuosamente firmes. Cambiarán las tareas, que ahora serán más severas, sin exclusiones, llueva o no, y apropiadas a una formación militar. Nadie puede hablar en los frentes de trabajo ni en el comedor.
Cuando concluye esta severa reprimenda, el subteniente Weidenlaufer nos conduce a la barraca extremando la escolta militar. Nos instruye a entrar formados y mantenernos en posición de firme frente a cada litera. Dos soldados se estacionan a ambos costados de la puerta y proceden a encañonarnos con sus metralletas, mientras el subteniente se pasea arrogante por el pasillo central mirándonos uno a uno sin decir palabra, deteniéndose cuando parece reconocer a alguien, hasta que comienza a enunciar el siguiente discurso:
‘Prisioneros:
Ustedes tendrán que olvidarse de lo que eran antes.
Vean lo que son ahora. Cualquier conscripto vale cien veces más que ustedes.
Chile no necesita intelectuales vagos, ociosos como ustedes.
Chile necesita de soldados y haremos de ustedes soldados cueste lo que cueste.
Óiganlo bien: cueste lo que cueste.
El que no quiera entenderlo se quedará en el camino’.
Nos imponen castigos por cualquier motivo. Se multiplican las ‘puchadas’([1]). ‘Págame diez’, es la penitencia impuesta a capricho por los oficiales. En las formaciones, parecen disfrutar ordenándonos girar en un sentido, y de inmediato en sentido contrario, generando un caos, imposible de evitar, entre civiles desacostumbrados a semejante estupidez.
Destaca por su ferocidad el sargento Urra, apodado Gengis Khan, un cosaco corpulento, boina negra, armado con varios cuchillos que asoman deliberadamente por los bolsillos de su uniforme. Gengis tiene rasgos mongólicos y se merece el apodo. Se jacta de haber seguido los cursos especiales de comando en las escuelas norteamericanas de contrainsurgencia, y afirma orgulloso: en las Rocallosas fui el primero.
Bajo su mando, todas las órdenes deben cumplirse trotando. Las faenas fuera del campo se han reducido solamente al transporte de leña, a fin de acumular un acopio que asegure el abastecimiento de este combustible durante los meses de invierno, cuando el clima nos impida el acceso a los bosques cercanos.
En cambio, se nos han impuesto tareas muy pesadas, como cargar al hombro sacos paperos rellenos de ripio que debemos transportar desde la playa, ascendiendo por empinadas laderas, y depositarlas en las gradas de la escalera que sub e en zigzag hasta la cumbre de los acantilados. Es una faena de esclavos, azuzados constantemente por los gritos destemplados de Gengis. Aún, cuando llueva, estamos obligados a continuar cuesta arriba en medio del fango.
Estamos en la playa cargando los sacos. Debiera ser nuestro último ascenso del día y nos duele todo el cuerpo, en especial los muslos, fatigados por el esfuerzo de subir y bajar el cerro.
Gengis cree sorprender a Jaime Concha ([2]) hablando y lo increpa a gritos. Jaime no responde a la provocación, pero intenta explicarle algo. El boina negra no escucha razones y le ordena cargar el saco hasta el tope. Instruye al resto de la guardia que nos haga proseguir la faena, y dirigiéndose a Jaime le dice: ‘Vamos a ver si te van a quedar ganas de hablar…al trote mar’…Se alejan trotando por la orilla del estrecho hasta que los perdemos de vista
Jaime aparece más tarde en la barraca absolutamente rendido, apenas camina. Nos cuenta que el perverso Gengis-Khan lo ha hecho trotar por la playa durante largo rato, con una carga de 40 kilos al hombro. Cada vez que desfallecía y trastabillaba, lo conminaba a continuar aguijoneándolo con su arma. Pero no le quise dar el gusto de verme caer, afirma Jaime, y aguanté hasta observar que él mismo daba muestras de cansancio.
Una pequeña muestra de los puntos que calzan los convocados por Piñera para contribuir a combatir la Pandemia, decisión reñida con el sincero propósito de unidad nacional, necesario para combatir al virus que enfrenta hoy toda la humanidad.
[1] Chilenismo proveniente el inglés: push up, es decir las flexiones de brazos, efectuadas tendidos de cara al suelo, apoyándose en las palmas de las manos y en la punta de los pies.
[2] Jaime Concha: Militante del Partido Socialista. Intendente de Santiago nombrado por el Presidente Allende, cargo en el cual lo sucedió Julio Stuardo, también confinado en la Isla.
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